Todo lo que no importa ahora (o sí) tuvo un comienzo bohemio, como esa noche de verano, en aquel pub cordillerano.
Yo estaba de vacaciones por tu ciudad y te invité a tomar un trago. Quizás solo quería conocerte mejor o explorar la posibilidad de una linda aventura casual, en la que no nos jugáramos ni lastimáramos el corazón… pero algo distinto pasó.
Quizás fue aquel mojito que no era mojito, el vértigo de mirarme en tus ojos, el encanto de haberme enamorado previamente de tus letras, la plática tan encantadora que fue surgiendo noche adentro, la pasión de aquel beso sorpresivo… lo cierto es que, con el correr de los días y contra todo pronóstico, fue naciendo entre los dos un romance que quería ser diferente.
El mundo era demasiado grande para que nos encontremos, y sin embargo ocurrió. Ambos veníamos de historias tan divergentes, con vivencias y edades –y quizás mundos- tan distantes, y nos mostrábamos iguales de escépticos con respecto al amor, pero allí estábamos, admitiendo que lo que de verdad queríamos era una relación en serio.
Para mí fue lindo, especial, maravilloso, re-descubrir tantas cosas perdidas, recuperar de alguna manera mi yo adolescente, sentir el cosquilleo de una historia nueva, que acaso podría desafiar al futuro, permanecer y proyectarse.
Por vos rompí mucho de mis códigos más clásicos. En esos meses inolvidables, quizás defraudé a otras personas que también mucho me querían –sé que a vos te pasó lo mismo-, me alejé de parte de mi propia historia y construí nuevas prácticas, me acerqué a territorios desconocidos. No me arrepiento de nada de eso y sé que también vos hiciste demasiados esfuerzos por aproximarte, por dejar atrás tus fantasmas, por superar tus miedos, todo lo que tanto valoro.
“Hubo un tiempo que fue hermoso y fui libre de verdad”, entona el constante Charly García en alguna parte. Eso ya nadie lo podrá borrar.
“No sabía que la primavera duraba un segundo”, canta mi querido Joaquín Sabina en alguna otra canción. De alguna manera yo lo sabía, pero quizás me negaba a aceptarlo. Quizás algo hicimos mal desde el principio, o quizás no. Quizás simplemente nos equivocamos en tomar en serio lo que no estaba destinado a serlo. O quizás no somos nomás luego el uno para la otra, pero sin embargo cometimos el error de creer que sí. En algún momento las muchas diferencias empezaron a pesar más que los buenos sentimientos, y a pesar de los sinceros esfuerzos, nuestra historia acaba de llegar a su fin.
Nada es para siempre. El amor es eterno mientras dura. Esas frases tan clichés que ambos odiamos, pero sin embargo cobran vida.
Hoy entiendo mucho mejor aquel relato tuyo –cuyo estilo imito ahora, a manera de homenaje-, que de alguna manera me abrió el camino hacia tu alma: “El mundo es la cárcel en donde me permiten hacer una llamada de tres minutos dos veces al año, tal vez tres. Se me permite escribir cartas de dos líneas en tus cumpleaños, tal vez en Navidad también. Me prohíben escribir que te amo, dicen que cuando uno lo escribe de alguna manera escapa de esta prisión. Por eso solo puedo repetir las horribles frases que tanto odio: Feliz cumpleaños, feliz Navidad, buenos días. Es mejor que no decir nada”.
Quizás esta breve relación nos permitió escapar de ese horrible mundo vuelto cárcel. O al menos entender que sí es posible. Ahora quedamos cada uno enfrentados a nuestros respectivos destinos. Solos de nuevo frente a la inmensidad de la vida, doloridos y tristes por la ruptura, pero con la certeza de que lo que intentamos valió la pena.
Gracias, mi amor.
Agradezco lo más lindo que hemos vivido, lo guardo todo y lo atesoro en el cofre de mis recuerdos más gratos, y trato de olvidar esos angustiosos momentos de peleas y discusiones, de malentendidos y silencios distantes. Ya sos parte esencial y entrañable de mi historia. Estoy herido pero firme, roto pero entero. Convencido de tener “más de cien palabras, más de cien motivos/ para no cortarnos de un tajo las venas / más de cien pupilas donde vernos vivos/ más de cien mentiras que valen la pena”.
Confío en que el tiempo ayudará a poner las cosas en su lugar, en que más temprano que tarde podamos sentarnos a la mesa de un café, a platicar y a reírnos sin heridas abiertas, como buenos amigos o como seres abiertos a alguna linda aventura en que ya no nos juguemos ni lastimemos el corazón.
Adiós, mi amor.
Seguramente esta es la última vez en que te nombro así, aunque todavía lo sienta. Cierro esta historia, doy vuelta la página, porque quiero seguir viviendo y persiguiendo la felicidad.
Soltero de nuevo, me digo como Sabina “que la vida no es un valle de lágrimas/ y salgo a la calle como un explorador/ vuelvo a tropezar con el pasado/ y me bebo en el bar de mis pecados/ otra copa de ron”.
Sé que de todo esto saldrá algo bueno, como alguna vez lo dijimos: al menos un par de buenas historias.
Andrés
Andrés
P.D.: Casi lo olvido: Feliz Navidad.